Estoy muy
chiquita para ser “escritora”, aunque haya estado escribiendo mis cuentos desde
1987. Académicamente, empecé un poquito antes, justo cuando mi profe de
biología me presentó a Richard Bach (¡qué gran regalo!) y me atreví a
incursionar en el periódico escolar. En ese momento comencé mi “formación” como
maquetadora de revistas… ¡y de pancartas! –herramienta que terminó siendo
sumamente útil en los conflictos ochentosos universitarios. En aquel momento,
entonces, escribí en una pancarta gigante algo llamado “hagamos nuestra propia
motivación”, que no solo no me convenció sino que nunca logré llevar a cabo.
También me tocó escribir el discurso de graduación que sorprendió a algunos por
el color de protesta que tuvieron las palabras de esta buenita “mejor alumna”.
Es una lástima que no haya guardado una copia de ese par de cosas. Me hubiera
encantado leerme de nuevo.
Pero estoy chiquita para tener
ese título, sobre todo porque no siempre tengo material para escribir, o se van
de paseo las musas, o llegan alborotadas con cosas que no puedo escribir. Es
que el cuento se volvió como sensurable.
Justamente pensando en los
tabúes. Me había quedado en el aquí y el ahora, y en los tabúes.
Me había quedado en lo difícil de
poner en práctica esa frase, y en lo difícil que es no ponerse o no usar
etiquetas. Desde que nacemos buscamos nombres, definiciones, roles y nos
enseñan deberes y derechos. Pero ahorita somos más libres, o al menos queremos
serlo. Ahorita se vale.
Hay preguntas que no he hecho por
temor a saber la respuesta. Porque las respuestas a esas preguntas suelen tener
las más rudas etiquetas de la vida. Esas de las que estoy huyendo a pasos
agigantados. Y entonces algunas respuestas llegan solas ¡Si tuviera su santa
paciencia!.
Y empiezan las musas a moverme
los dedos:
¿Cómo regodearte en dos palabras
sin decirle a nadie? ¿Cómo guardar un secreto que quieres compartir con la
humanidad?
¡Claro! ¡En un cuento! Y quedará
protegido bajo el sagrado manto de la ficción.
Y como es ficción se vale ponerle
cosas que pasaron o que no pasaron o que uno quiere que pasen... o que uno no
quiere que pasen.
¡Oh! ¡Qué poderoso recurso
literario!
El protagonista sabrá que lo es.
Si es que pasa por aquí. A veces pasa. Pero es tan sigiloso que ni me entero.
No importa si pasa. No importa si se entera pues igual sabrá todo lo que aquí
pasa. Si me pide "regalías", se las daré en café y sin duda las
disfrutaremos ambos. Negocio redondo. Aquí cada minuto compartido es ganancia.
Es crecimiento, es risa, es sanación.
Y sé que aún tienes el temor de que perdamos el camino si abrimos
algunas puertas. Pero te cuento, mi amigo, que a estas alturas no hay nada que
perder pues el camino mismo es el aprendizaje. Y está bonito. Tiene mucho verde
a cada lado... así que vamos cómodos los dos. Cada quien viendo el tipo de
verde que prefiere pero aprendiendo a observar el verde del otro. Hermoso.
Sano y conversado. Cómodo y
sereno. Intimidad y confianza. Paz, y ¡una energía exquisita!.
Sólo seguiré batallando contra
las etiquetas. Y ante las etiquetas pregunto ¿cuáles son las dos palabras
supuestamente más hermosas, tanto más aterradoras... las que están más cargadas
de tabúes?. Y entonces aquí tengo que citar a mi queridísimo Richard Bach,
quien en “El puente hacia el infinito” bien dice:
“¿Por qué se había crucificado a palabra tan promisoria en el árbol de la
obligación, asaetada de deberes, ahorcada por la hipocresía, ahogada por la
costumbre? Después de ‘Dios’, ‘amor’ es la palabra más mutilada de todos los
idiomas. La forma más elevada del afecto entre dos seres humanos es la amistad;
cuando el amor se entromete, la amistad muere.”
Aquí mi amigo se sentirá
identificado, y aquí vuelvo a decir que no hay nada que temer… excepto a aquel
temazo de las etiquetas.
Todos estos días desde que
introduje estos términos, seguí percibiendo que hay más tabúes respecto al amor
que al sexo. Aunque nos ruboricemos aún con algunas cosas respecto a este
último (sí, a mis 52 todavía hay cosas que me dan penita). Resulta que enamoramiento suena muy parecido a envenenamiento y creo que justo por eso
la sociedad me arrebató vilmente el valioso término “tóxico” que es ¡una
sustancia! –capaz de producir efectos perjudiciales sobre un ser vivo, al entrar
en contacto con él– No una persona, ¡por favor! Pero bueno, puedo entender que
cuando la gente se enamora, se cuaimatiza,
le brotan los celos y las exigencias y un montón de cosas por las que todos
hemos pasado y no queremos volver a pasar.
Sin embargo, hay muchas cosas rescatables
en el proceso. Siempre que se tenga claro aquel temazo de las etiquetas –digo,
sin temor a redundar.
Hay dos palabras que la gente se
dice “mutuamente” y “exclusivamente”, cuando llegan a “cierto punto” de sus
vidas en conjunto, o, paradójicamente, le dicen hasta al panadero cuando el pan
está calientico. No me importan esas
palabras… yo no digo ya esas palabras. Pero tuve otras dos. Las más bonitas.
Aún inofensivas. Aún significativas… sobre todo cuando las estuve sintiendo por
cada minuto de ese largo fin de semana:
"TE EXTRAÑÉ"
Y ni siquiera fueron palabras al
viento. Quedaron tejidas en medio de un abrazo infinito de esos en los que se
siente sincronizarse la frecuencia cardíaca de ambos. En serio. Uno nunca se da
tiempo para sentir eso. Uno casi nunca tiene permiso de sentir eso. Parece que
los abrazos te los cobraran por segundos y no todo el mundo quiere pagar.
Por ese abrazo pago. Lo que sea
que cueste. Es que es muy sabroso, muy reparador, totalmente alineador,
particularmente aromatizado... y lo más importante en este caso específico: luce totalmente recíproco. Eso de tener el mismo deseo de quedarnos en ese
abrazo más tiempo del permitido ¡y hacerlo! #uff ¡Cuánto placer genera! ¡Cuánta
paz!
Esta imagen fue tomada de una aplicación,
después de "colorearla" - no sé si tenga derechos protegidos, o
algo
Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Gracias!
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