martes, 12 de julio de 2022

En varios tiempos – nunca sábado

Estoy muy chiquita para ser “escritora”, aunque haya estado escribiendo mis cuentos desde 1987. Académicamente, empecé un poquito antes, justo cuando mi profe de biología me presentó a Richard Bach (¡qué gran regalo!) y me atreví a incursionar en el periódico escolar. En ese momento comencé mi “formación” como maquetadora de revistas… ¡y de pancartas! –herramienta que terminó siendo sumamente útil en los conflictos ochentosos universitarios. En aquel momento, entonces, escribí en una pancarta gigante algo llamado “hagamos nuestra propia motivación”, que no solo no me convenció sino que nunca logré llevar a cabo. También me tocó escribir el discurso de graduación que sorprendió a algunos por el color de protesta que tuvieron las palabras de esta buenita “mejor alumna”. Es una lástima que no haya guardado una copia de ese par de cosas. Me hubiera encantado leerme de nuevo.

Pero estoy chiquita para tener ese título, sobre todo porque no siempre tengo material para escribir, o se van de paseo las musas, o llegan alborotadas con cosas que no puedo escribir. Es que el cuento se volvió como sensurable.

Justamente pensando en los tabúes. Me había quedado en el aquí y el ahora, y en los tabúes.

Me había quedado en lo difícil de poner en práctica esa frase, y en lo difícil que es no ponerse o no usar etiquetas. Desde que nacemos buscamos nombres, definiciones, roles y nos enseñan deberes y derechos. Pero ahorita somos más libres, o al menos queremos serlo. Ahorita se vale.

Hay preguntas que no he hecho por temor a saber la respuesta. Porque las respuestas a esas preguntas suelen tener las más rudas etiquetas de la vida. Esas de las que estoy huyendo a pasos agigantados. Y entonces algunas respuestas llegan solas ¡Si tuviera su santa paciencia!.

Y empiezan las musas a moverme los dedos:

¿Cómo regodearte en dos palabras sin decirle a nadie? ¿Cómo guardar un secreto que quieres compartir con la humanidad?

¡Claro! ¡En un cuento! Y quedará protegido bajo el sagrado manto de la ficción.

Y como es ficción se vale ponerle cosas que pasaron o que no pasaron o que uno quiere que pasen... o que uno no quiere que pasen.

¡Oh! ¡Qué poderoso recurso literario!

El protagonista sabrá que lo es. Si es que pasa por aquí. A veces pasa. Pero es tan sigiloso que ni me entero. No importa si pasa. No importa si se entera pues igual sabrá todo lo que aquí pasa. Si me pide "regalías", se las daré en café y sin duda las disfrutaremos ambos. Negocio redondo. Aquí cada minuto compartido es ganancia. Es crecimiento, es risa, es sanación.

Y sé que aún tienes el temor de que perdamos el camino si abrimos algunas puertas. Pero te cuento, mi amigo, que a estas alturas no hay nada que perder pues el camino mismo es el aprendizaje. Y está bonito. Tiene mucho verde a cada lado... así que vamos cómodos los dos. Cada quien viendo el tipo de verde que prefiere pero aprendiendo a observar el verde del otro. Hermoso.

Sano y conversado. Cómodo y sereno. Intimidad y confianza. Paz, y ¡una energía exquisita!.

Sólo seguiré batallando contra las etiquetas. Y ante las etiquetas pregunto ¿cuáles son las dos palabras supuestamente más hermosas, tanto más aterradoras... las que están más cargadas de tabúes?. Y entonces aquí tengo que citar a mi queridísimo Richard Bach, quien en “El puente hacia el infinito” bien dice:

“¿Por qué se había crucificado a palabra tan promisoria en el árbol de la obligación, asaetada de deberes, ahorcada por la hipocresía, ahogada por la costumbre? Después de ‘Dios’, ‘amor’ es la palabra más mutilada de todos los idiomas. La forma más elevada del afecto entre dos seres humanos es la amistad; cuando el amor se entromete, la amistad muere.”

Aquí mi amigo se sentirá identificado, y aquí vuelvo a decir que no hay nada que temer… excepto a aquel temazo de las etiquetas.

Todos estos días desde que introduje estos términos, seguí percibiendo que hay más tabúes respecto al amor que al sexo. Aunque nos ruboricemos aún con algunas cosas respecto a este último (sí, a mis 52 todavía hay cosas que me dan penita). Resulta que enamoramiento suena muy parecido a envenenamiento y creo que justo por eso la sociedad me arrebató vilmente el valioso término “tóxico” que es ¡una sustancia! –capaz de producir efectos perjudiciales sobre un ser vivo, al entrar en contacto con él– No una persona, ¡por favor! Pero bueno, puedo entender que cuando la gente se enamora, se cuaimatiza, le brotan los celos y las exigencias y un montón de cosas por las que todos hemos pasado y no queremos volver a pasar.

Sin embargo, hay muchas cosas rescatables en el proceso. Siempre que se tenga claro aquel temazo de las etiquetas –digo, sin temor a redundar.

Hay dos palabras que la gente se dice “mutuamente” y “exclusivamente”, cuando llegan a “cierto punto” de sus vidas en conjunto, o, paradójicamente, le dicen hasta al panadero cuando el pan está calientico.  No me importan esas palabras… yo no digo ya esas palabras. Pero tuve otras dos. Las más bonitas. Aún inofensivas. Aún significativas… sobre todo cuando las estuve sintiendo por cada minuto de ese largo fin de semana:

"TE EXTRAÑÉ"

Y ni siquiera fueron palabras al viento. Quedaron tejidas en medio de un abrazo infinito de esos en los que se siente sincronizarse la frecuencia cardíaca de ambos. En serio. Uno nunca se da tiempo para sentir eso. Uno casi nunca tiene permiso de sentir eso. Parece que los abrazos te los cobraran por segundos y no todo el mundo quiere pagar. 

Por ese abrazo pago. Lo que sea que cueste. Es que es muy sabroso, muy reparador, totalmente alineador, particularmente aromatizado... y lo más importante en este caso específico: luce totalmente recíproco. Eso de tener el mismo deseo de quedarnos en ese abrazo más tiempo del permitido ¡y hacerlo! #uff ¡Cuánto placer genera! ¡Cuánta paz!

Eso. Ese abrazo. Es lo que yo bajo ningún concepto quisiera perder.


Esta imagen fue tomada de una aplicación,
después de "colorearla" - no sé si tenga derechos protegidos, o algo


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